Venía desde Sarsina que queda a solo 19 km, de manera que llegue temprano. Cosa que me permitió conocer algo de este pueblo de 5900 habitantes. Debe su nombre a las termas que hay aquí. El agua surge a 47 grados y tiene algunas propiedades curativas.
Fundado en el fondo de un valle largo y angosto, por una parte, corre el Río Savio y en otra el Río Bidente.
Está lleno de hoteles, algunos muy modernos y hermosos, otros de estilo como en el que yo estuve.
Estacioné el auto en el parking del Hotel Toscoromagnolo y fui al cuarto, que era muy lindo, me cambié y decidí darme un baño en la pileta termal que estaba en el último piso, que tenía una vista espectacular del angosto valle que parece un tajo en la montaña, de los techos y el campanario. El agua no estaba muy caliente, era un placer con ese panorama.
Volví al cuarto a vestirme y fui a dar una vuelta, había un Mercatino. Son muy pintorescos, se puede encontrar de todo desde ropa, artesanías, bijouterie, fiambres y quesos locales, etc. En un puesto vendían el formaggio di fossa (queso que se estaciona en un pozo) ya se hacía en el año 1200, se prepara con leche de oveja, lo estacionan 80 días antes de ponerlo en “le fosse» (pozo) lo envuelven en una tela de algodón, se llena la fossa con paja luego se sella con arena, yeso y tablas de madera para obtener una fermentación anaeróbica durante 90 días. Lo probé y es riquísimo.
La Vía Fiorentina es la calle central y donde se desarrolla la vida social, hay bares, restaurantes y negocios. En el número 38, podemos admirar el Palazzo del Capitano, de típica construcción toscana, desde aquí ejercían el poder tanto Vicarios y Capitanes desde el año 1454 hasta 1775. En el frente del mismo se puede ver los 74 escudos de los que la gobernaron.
El pueblo es chico y las calles importantes son dos más o menos paralelas y otras que las cortan. Hay rincones pintorescos con algunos bistrós escondidos.
Pare a tomar un crodino que es como un bíter, pero sin alcohol en el restaurante Cenáculo, en Vía Santa Lucia 10. El local es muy lindo y muy particular, había sido una capilla, y lo decoraron como si fuera tal.
A pesar que había almorzado tenía hambre así que fui al restaurante del hotel cuyo chef, Paolo Teverini (una estrella Michelin) es muy conocido en Italia. La sala para la cena es diferente a la del almuerzo. Casi privada, pocas mesas y muy elegante. Me atendió una señora para explicarme el menú. Era la dueña del hotel y la esposa del chef.
Para esperar trajeron un paté de hígado muy típico con crostini. Era muchísimo. Del pan mejor ni hablar, de primo me sugirieron que probara los passatini, unos fideos en sopa, hechos a mano de pan rallado, queso y huevo, deliciosos. Luego unos langostinos asados sobre una piedra con dos ensaladas (estaban espectaculares). De postre una panna cotta sobre una salsa de frutos rojos, con frutillas, cerezas y galletitas mini. El vino un Sangiovese 2011. No fue de los más económicos, pero valió la pena.
Ya lo dije muchas veces que una manera de conocer un pueblo y su cultura es a través de la comida y lo hago siempre que puedo.
No me podía ir a dormir después de toda esa comida, así que me hice una buena caminata de unos 40 minutos, la noche estaba hermosa pero no me acostumbro a que se puede caminar sin temor, con seguridad.
En la mañana el desayuno era algo pantagruélico y me daba lastima, todo estaba buenísimo, fiambres, quesos, salmón, huevos, homelets, jugos, champagne, reposterías, y por supuesto cappuccino o lo que quisieras. Pero salvo el café y un poco de queso no pude comer nada más.
Di una vuelta más por el pueblo que es muy chico, para ver la iglesia románica de Santa María Assunta en la Plaza Ricasoli.
Quise ver la otra plaza que se llama Salvador Allende.
Antes de irme salude a la dueña del hotel, todo un personaje, con la que me quede charlando un rato.
De aquí iría a Citta di Castello a 55 km.