CAMOGLI – Liguria

La ruta de Génova a Camogli es preciosa, son 24 km y se tarda 35 minutos, yo tardé más porque me paraba a cada rato.
Llegue al hotel « El Cennobio Dei Dogi”, definido como uno de los hoteles más hermosos y refinado de la costa Ligure. Está ubicado en el Golfo Paradiso.
La historia del hotel comenzó en el año 1565, cuando la familia de los Dogi decidió construir una Villa sobre los acantilados.
Con los años pasó por diversas manos hasta que la familia De Ferrari inauguró en el año 1956 el Cennobio Dei Dogi. Aquí me quedare tres noches.

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Camogli es un pueblo de origen medieval, siglo XII – XIII, y uno de los puertos pesqueros más antiguos de Italia.
Su nombre deriva de «La Casa Delle Mogli» (la casa de las mujeres o esposas) porque los pescadores pasaban mucho tiempo en el mar.
Eran las 14 y ya hora de almorzar. La terraza del hotel y su vista maravillosa, era más que una invitación de modo que me senté y pedí una ensalada de alcauciles frescos con parmigiano y una copa de prosecco liviano y rico.

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A la tarde me di una vuelta por el pueblo, que para variar tiene desniveles de 100 escalones, primero los subí y luego llegando al puerto los tuve que bajar. ¡Como no van a comer!
El pueblo está construido sobre una pendiente de pinos y parece un racimo de uvas que se desgranan cayendo desde lo alto hasta el mar a través de los estrechos vericuetos, que vale la pena internarse en ellos.
Son llamativos los altos edificios multicolores que miran al mar (hasta diez pisos sin ascensor).
Encontré sobre el muelle un bar, Hook, en Vía del Porto 13, donde van los pescadores, con vista al puerto y a la ciudad. Ideal para dejarse estar.

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Despacio volví al hotel por el paseo que bordea el mar, la Vía Garibaldi que está lleno de restaurantes, heladerías, pizzerías y negocios en general. La vista es magnífica podría quedarme a vivir aquí.

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La basílica de Santa María Assunta, construida sobre los escollos es maravillosa, con doble fila de arañas de cristal, columnas doradas y absolutamente toda pintada. Desde la explanada de la basílica se llega al fuerte o Castello della Dragonara, había escuchado la historia de como habían derrotado al pirata Dragone  y eso fue lo que tanto me había inspirado a venir. Al fuerte se lo llamó así no en honor al que lo construyó sino por el pirata que lo asoló y no pudo conquistarlo, llamado Dragone.

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Para la cena me habían recomendado el restaurante, Da Paolo, Via San Fortunato 14. Comí spaghetti con camarones, calamares grillados, vino blanco Franciacorta, café. La comida muy buena pero muy cara. Además, los platos eran muy abundantes y no avisan.
La noche estaba espléndida y caminar a la orilla del mar con ese cielo es magnífico.
Lord Byron y otros poetas se inspiraron en estos paisajes a los que amaron.

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En la plaza frente al embarcadero, hay en el piso hecho con piedras negras y blancas una rosa de los vientos. Que se ha convertido en el símbolo de la ciudad. En el bar Bistingo, en la Piazza Cristoforo Colombo 12,  tome un café shakerato, ¡me encanta! Me trajeron unas tostaditas y avellanas. Me quedé hasta tarde. Luego fui despacio hacia el hotel.

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Volvía de la excursión a San Fructuoso y en el puerto vi un grupo de personas cerca de una lancha con un cartel que decía «Il Pesce Pazzo» que vendían cucuruchos de mariscos y pescados fritos hechos allí mismo, compré uno y me senté en unos escalones detrás de la iglesia frente a la playa a saborearlos. Más frescos imposibles, no es que no hubiera almorzado, pero el aroma era irresistible y con la copa de vino blanco era un aperitivo ideal antes de la cena.

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Disfrutando de la passegiata lungo mare, en la Vía Garibaldi compré (en este lugar siempre hay que hacer cola) en la Focacceria Revello, en la Vía Garibaldi 185, un pedazo de la famosa Focaccia di Recco, que es una masa finita rellena con un queso que se llama strachino, y unas masas locales llamadas camogliesi, es un bigne relleno con una crema de avellanas al rum y recubierto por chocolate fundido. Rico, rico. ¡Hay que probar todo!
El pasado está fuertemente presente en estos pueblos. Lo reflejan las costumbres y sus comidas.
Son profundamente creyentes y a la vez supersticiosos, sobre todo los que viven del mar. Se sienten protegidos por todos los dioses, héroes, ángeles y santos.  Todo les sirve.

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Era la hora del ocaso y el cielo estaba cambiando de color, fui hasta la punta del muelle. Me vino a la mente un cuadro de De Chirico; el espigón estaba desierto, solo una silla en el extremo, me senté y me quedé esperando que el sol se escondiera. Fue estupendo.

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Mañana me iré de este maravilloso lugar que me encantó y cumplió con mis expectativas. Se los recomiendo. Arrivederci Camogli.