Un sábado por la mañana le dije adiós a la maravillosa Costa Azul Francesa en la que había estado una semana y a sus «villages» perfumados y me subí a la poderosa Panda hacia Italia. Ruta preciosa.
Del lado francés había algunos túneles, pero ahí nomás, al cruzar la frontera con Italia, los tanos agarraron la perforadora y chau curvas.
Del lado italiano hay maravillosas terrazas cultivadas. Estos agricultores son verdaderos héroes. Y si no recuerdo mal se los llama cultivos heroicos.
El Lolli Hotel está frente a la playa. Tenía estacionamiento, deberían ver lo que era. La recepcionista se apiadó y se ofreció a estacionarme el auto. El cuarto era lindo y tenía una hermosa vista al mar.
En la esquina del Hotel Lolli se encuentra la iglesia rusa de San Basilio que es muy hermosa. Estaban restaurando el exterior. El interior precioso, totalmente cubierto de frescos, muy muy linda. Es un legado de la emperatriz rusa María Alexandrovna, esposa del zar Alejandro II, ubicada en un extremo del Corso Imperatrice. El corso lleva el nombre en su honor. Este fue un lugar de veraneo de la realeza, de ricos y famosos.
Di una vuelta, el día estaba hermoso. Me senté a almorzar en un restaurante con mesas en la vereda. De antipasto una brusqueta, luego «Trofie alla ligure», es una pasta típica de la región con pesto y una copa de vino de Sicilia «Nero D’Avola» y basta.
Caminando, caminando llegué hasta el puerto. El día estaba espléndido, no había mucha gente, y los pocos eran franceses (a los que les encanta la comida italiana).
Frente al muelle tome un café y me quedé un rato largo haciendo lo que saben hacer bien en esta tierra: ver pasar la gente y el tiempo.
El mar era de un color verde profundo y la infinidad de yates y veleros blancos que parecían estar flotando sobre el agua, tenían un efecto hipnótico, debe ser por eso que uno queda anclado al asiento.
Levé anclas y fui allí cerca al barrio viejo La Pigna. Lo precede el perfume de las flores de los naranjos de la placita central rodeada de casas, muchos restaurantes, alguna pescadería y panadería, chicos corriendo por todos lados, mujeres de todas las edades charlando en las puertas de sus casas. La plaza parece un gran patio familiar. Las luces que adornan los árboles y las glorietas empezaban a darle un toque mágico.
Regresando al hotel por las calles peatonales que se llenan de mesas para comer, paré a tomar un café en el Café Ducale, en la Vía Matteotti 145. No pude resistirme a la bella y aristocrática arquitectura del bar.
El viejo teatro Ariston, en Via Matteotti 212 es la sede del «Festival de la canción Italiana de San Remo», donde nacieron cantantes y canciones famosas, como Nel blu dipinto di blu, de Domenico Modugno y tantos otros. Después del café tardé algo en llegar al hotel porque la peatonal está llena de negocios con cosas hermosas.
Me cambié y fui muy cerca a tomar un aperitivo que sería mi cena, en el bistró «Crikkot» en Corso Imperatrice 48. El local re lleno y muy alborotado. Había un partido en televisión y un montón de «tifosi» (hinchas).
El Apperol vino acompañado de un montón de cosas ricas y también varias verduras crudas: zanahorias, apio, hinojo, ají, aceite de oliva y aceto balsámico, además de la infaltable focaccia.
Fue un día largo así que me fui a dormir.
El desayuno en el hotel era en un salón precioso de estilo Art Noveau. Tenía una hermosa vista al mar y el servicio muy bueno, además de que siempre hay más de lo que se puede comer.
Esa mañana fui a Dolceaqua.
Regresé a San Remo aún de día. Fui hasta la zona peatonal. Quería conocer el Casino Municipal, en Corso degli Inglesi 18, un edificio estilo Art Deco, construido por un arquitecto francés inaugurado en el año 1905, tiene varias sala muy bellas. Es el casino más antiguo de Italia.
Además de la catedral de San Siro, es el edificio religoso más antiguo de San Remo, de un bello estilo románico construido en el siglo XII. En San Remo hay nueve iglesias más.
El Mercato dei Fiori, es el más importante de Italia, es por eso que también a San Remo la llaman la Ciudad de las flores.
Volví a cenar al bistró Crikkot, que estaba tranquilo. La música y las luces eran suaves, la comida deliciosa. La entrada fueron bocaditos varios y un rico plato de pasta con frutos de mar, una copa de Rossese de Dolceaqua.
San Remo es una ciudad amable y romántica muy fácil de recorrer con lindos paseos y playas de agua límpidas. Fueron pocos días tendré que volver.
De aquí iré a Genova.