Desde Anguillara Sabazia en el Lago di Bracciano fuimos hasta Torre Alfina, que queda a 105 km.
Se especula sobre el origen y sentido del nombre y una de ellas es que significa “al final” o en los “confines”, de la parte alta de la zona, para diferenciarla de la Torre di Santa Severa, sobre el llano en la costa.
Las primeras noticias que se tienen son de una torre de avistamiento donde los comentarios históricos de Monaldeschi della Cervara, hablan de una torre fortificada para luego convertirse en un castillo, entre los años 1200 al 1700.
Alrededor del año 1400 el castillo paso a manos de los marqueses Bourbon del Monte, siendo propietarios del mismo hasta el año 1880, cuando fue comprado por el rico banquero francés Edoardo Cahen d’Anvers, que recibió del del rey Vittorio Emanuele II el título de Marchese di Torre Alfina. Bajo su propiedad se comenzó la restructuración del castillo y del pequeño burgo.
El Castello di Torre Alfina se nos aparece desde el llano sobre una pequeña colina como un castillo encantado luciendo las características almenas medievales.
A los pies del mismo hay un gran estacionamiento para dejar el auto, y se entra al pueblo por una calle en subida, que seguirá subiendo hasta el castillo.
En la Piazza Santa Maria Assunta se encuentra la iglesia del mismo nombre. Es una iglesia antigua que fue totalmente reconstruida por la familia Anvers y es la más importante del pueblo.
Cuando llegamos nos encontramos con que estaba cerrado. Pero como en otras oportunidades he tenido suerte aquí también. Mientras mirábamos desde arriba el panorama y el borgo debajo, se abrió un portón y salieron algunas personas. Rápidamente me acerque y al que las despedía le pregunte si podía entrar ya que venía de muy lejos (el acento, a pesar de hablar italiano lo reconocen).
Me dijo que no se podía que ya se tenía que ir, le insistí que me dejara mirar el jardín y parte del patio. Me dejó pasar, prometí ser rápida, saqué algunas fotos y pude tener idea de cómo era la plaza interior del castillo. Si se quiere visitar hay que consultar horarios y pagar un ticket.
Ya satisfecha la curiosidad por este pueblo, bajamos la amplia explanada y por estrechos vericuetos fuimos recorriendo, hasta llegar a una placita semejante a un balcón que asoma sobre la calle, que sigue bajando. No se olviden que el pueblo está construido sobre la ladera. Siempre pienso que estas personas viven muchos años y son muy saludables porque se la pasan subiendo y bajando toda su vida.
Nos sentamos en la terraza a la que dan las casas y un pequeño bar, La Piazzetta. Pero sabíamos que había una heladería, Gelateria Sarchioni, en Vía Piazzale S.Angelo 36, hacen helados desde el año 1850 bastante conocida por los buenos helados y hacia allá fuimos.
El pueblo estaba desierto y todo cerrado, salvo la heladería, que también es café y un horno de pan. En esta época los pobladores tienen tiempo y les gusta contarnos cosas del lugar y también saber de dónde venimos. De esta manera nos recomendaron donde almorzar no lejos de allí.
Fuera de la muralla que rodea el pequeño borgo, se encuentra el bosque del Sasseto, que fuera el jardín del marqués d’Anvers y donde pidió ser sepultado. El mausoleo en estilo neogótico es muy bello, a pesar de estar algo abandonado. A este bosque la revista National Geographic lo definió como el bosque de Blancanieves, por su aspecto encantado. Para entrar al parque hay que pagar 6.-E.
Volvimos al estacionamiento y fuimos a unos pocos kilómetros en el medio del campo a una Hostería, pero estaba a full y no tenían lugar, nos recomendó ir hasta Acquapendente (12 km) a la Trattoria Toscana y que le dijéramos que nos mandaba fulana (que no recuerdo).
Allí pudimos almorzar super bien, por 30 E con un vino local muy rico.