Ceri pertenece a la región del Lazio. Es un pequeño borgo encaramado en la cima de una roca de toba volcánica, que era de difícil acceso en la antigüedad.
Queda a 42 km de Roma y desde Anguillara Sabazia, que es desde donde fuimos a 21 km.
Los primeros en habitarla fueron los etruscos, luego los romanos y después los pueblos bárbaros, que así eran llamados todos los que estaban fuera de las fronteras del imperio romano, como ser los germanos, los anglosajones, franceses, visigodos, ostrogodos y otros.
La primera noticia que se conoce de Ceri es con fecha del año 1236, por una bula del Papa Gregorio IX. En el año 1503 después del dominio normando paso a los condes Orsini de Anguillara. En el año 1721 fue comprada por la familia Odescalchi. Y en el año 1833 comprada por el Príncipe Alessandro Torlonia donde tuvo un período de crecimiento.
Cuando llegamos dejamos el auto a los pies de la roca y subimos la ríspida pendiente. Arriba nos enteramos que había un servicio de mini bus.
La calle de subida tiene una primera puerta de acceso donde empieza la muralla con las típicas almenas medievales que rodea el borgo dándole un aspecto de fábula.
Se llega a la entrada del pueblo a través de otra puerta y ya nos encontramos frente a la Piazza Alessandrina, rodeada de viviendas y en un costado el Santuario della Madonna di Ceri. En sus paredes hay frescos del año 1100, muy hermosos y con escenas poco frecuentes del Génesis, de la Crucifixión, de Moisés, etc.
El Santuario forma parte del entramado de las casas, que han sido restauradas hace poco.
El Palazzo Torlonia, reina sobre el pueblo en lo más alto de la roca, en sus salones podemos ver preciosos frescos. El jardín tiene un encanto muy particular y cuenta con especies botánicas raras. En este momento es un hotel muy lindo.
La idea, además de conocer el lugar era ir a almorzar a un lugar muy reconocido por los amantes de la buena mesa, la Trattoria Sora Lella, en Vía delle Stalle 5, Castello di Ceri.
Tiene una terraza con una hermosa vista a la campiña.
Llegamos pasado el mediodía, pero conseguimos lugar. Había fiesta en el pueblo y estaba lleno de gente.
Si tienen oportunidad de almorzar en algunos de estos restaurantes u hosterías, que suelen estar en las afueras de las ciudades, traten de hacerlo no solo por la comida que es muy buena, pero sobre todo por el ambiente que se vive. Muchas familias, desde los abuelos a los nietos, grupos de amigos y gente que se habla de una mesa a la otra, les hacen chistes a los camareros y cada tanto algunos que se ponen a cantar y se une todo el restaurante. Me encanta como disfrutan de la buena mesa y de la vida.
Nosotras almorzamos de entrada fiambres de la zona, el jamón riquísimo y un fiambre que se llama finocchiona, se llama así por el aroma y sabor a hinojo salvaje (es muy rico, en Buenos Aires lo encontré en el restaurante Oporto).
Luego mi sobrina un plato de Pici cacio e pepe y yo Pappaderdelle ai funghi porcini. Ya estábamos satisfechas, pero viendo pasar los platos con el cerdo crocante, al horno con papas, no pudimos resistirnos, y lo bien que hicimos porque era un manjar. Para acompañar el café nos trajeron unas rosquitas fritas de una masa muy rica. Tomamos un vino de la zona, Ciliegiolo.
Después de almorzar volvimos a la plaza donde había una feria de vinos, aceite de oliva y otros productos locales.
Un grupo improvisó un baile y otros tocaban, el ambiente muy divertido.
Dimos una vuelta más por el lugar y fuimos a tomar el mini bus para ir hasta el auto.
De estos pequeños reductos hay muchísimos, vale la pena conocerlos ya que en ellos encontrarán la verdadera vida y costumbres italianas.