Estando en Milán fuimos a Monza, que queda a 19 kilómetros, a la que nunca había ido. Primero fuimos al parque del palacio real que el otoño había vestido de hermosos colores. Es el parque amurallado más grande Europa, con 688 hectáreas. El palacio diseño de estilo neoclásico, construido en 1777, por los Habsburgo, fue residencia de los reyes del imperio austrohúngaro primero y luego del reino de Italia después. Tiene un hermoso jardín de rosas y una orangerie.
Después de pasear un poco por el parque fuimos al centro al casco antiguo, que es medieval. La historia de Monza se remonta al siglo III a C.
El Duomo muy, muy hermoso, es una verdadera joya de la arquitectura gótica italiana. Dedicado a San Juan Bautista. He visto muchas iglesias y es increíble como siguen sorprendiéndome la belleza de ellas, cada una distinta y todas con algo diferente y particular. Su construcción se inició en el año 1300 pero recién se finalizó en el año 1681.
Estamos cerca de la navidad, la ciudad llena de luces y adornos navideños, que la hacen aún más encantadora. Monza es una ciudad muy rica y se aprecia en los negocios, en lo bien vestida de la gente y la cantidad de joyerías.
Almorzamos en el restaurante que nos habían recomendado, en la plaza San Pablo, Niena. Estaba a full y los comensales ruidosos, cada tanto cantaban. La comida muy buena, compartíamos unas flores de zucchini fritas rellenas con mozzarella (Plato delicado y delicioso, que aqui no se conoce), luego yo un plato de ñoquis con parmigiano, Othmar una pasta llamada paccheri con una salsa con pistachos y burrata, estaban deliciosos ambos, de postre la torta de la nonna. Tomamos un tinto Pinot.
Terminamos de almorzar casi a las 16. Volvimos a Milán con tiempo para que Othmar preparara la cena ya que venía su hermana que quería saludarme, ya que me despedía para ir a Arezzo.