A 13 km de Bagnolo San Vito se encuentra San Benedetto Po, otro antiguo pueblo de llanura padana, dominio de la Gran Duquesa Matilde di Canossa.
Sin apresurarme y gozando del paisaje por un lado, el río Po y por otro el rojo de las amapolas florecidas, llegué al centro de este pequeño pueblo.
Sorprende la enorme plaza formada por un conjunto monumental de abadía, monasterio, claustros, refectorio y los jardines con la estatua de bronce de San Simeón.
La Abazzia Polirone, nombre que vine de los dos ríos cercanos: el Po y el Lirone.
Fue fundada en el año 1007 por Tedaldo di Canossa, abuelo de Matilde di Canossa o Gran Contessa.
Matilde amaba a esta iglesia y fue donde estuvo sepultada durante 200 años para luego ser trasladada al Vaticano, donde descansa en un sepulcro esculpido por Bernini. Fue una aliada del Papa Gregorio VII y medió entre este y el emperador germano Enrique IV. Se batió como un guerrero en defensa de su vasto dominio, que abarcaba la Lombardía, Emilia Romagna y la Toscana. Fue una de las mujeres más influyentes y una poderosa señora feudal por sus actuaciones políticas y militares en la edad media.
La Abazzia y el hermoso claustro de origen románico son unas de las más antiguas comunidades benedictinas.
El interior de la iglesia es magnífico e imponente.
En el monasterio había una biblioteca. Napoleón se llevó parte de ella, como así también muchas obras de arte.
Había una «Sscrivanía» (escritorio) donde los monjes copiaban e ilustraban los códices, con una chimenea para que pudieran calentarse y así poder escribir y disolver los pigmentos que usaban.
Una preciosa escalera, construida en el año 1644, lleva del claustro a los cuartos (ahora convertidos en un museo cívico regional).
Esta es una zona donde se produce muy buen queso. En el museo me enteré que al norte del rio Po se produce el queso Grana Padano y al sur del Po el Parmigiano, los dos famosos en todo el mundo.
Quedé asombrada por todo lo que encontré en tan reducido espacio, y en este pueblo que de no haber estado cerca quizá nunca hubiese conocido. Por eso tengo la sensación que en cada pueblo al que no entro me pierdo pequeñas grandes maravillas.
No había nadie, lo que hacía que la plaza, el claustro y los jardines parecieran aún más grandes. Era como haber retrocedido en el tiempo, que se hubiera detenido y que en cualquier momento aparecería algún monje, algún guerrero o Matilde montada en su caballo blanco.
A unos 300 metros estaba el restaurante Senza Tempo (Sin Tiempo), en Vía Gramsci 10. Creo que un nombre nunca estuvo mejor puesto. Queda en el borde del pueblo, en la zona residencial, silenciosa y sombreada.
El local es una casa convertida en bar y restaurante. Almorcé tortelli di zucca con manteca, salvia y parmigiano, una copa de Franciacorta, y como lo llaman acá con «le bollicine» (es decir, con burbujas), café y unos cantuccini.
En la mesa de al lado había tres personas muy relajadas comiendo a lo grande. Me llamó la atención el tema de conversación. ¿De qué creen que hablaban, de política? no, ¿de economía? tampoco. Pues hablaban de comida y de lo que tenían en sus huertas y de los sabores naturales de los tomates y la albahaca. Uno de ellos (muy joven) decía que su sueño era tener unas gallinas, una vaca y ser autónomo. Me resultó interesante y gracioso, no sé porqué.
Me encantaron el lugar y la cantidad de leyendas e historias que escuché con la guía.
Volví al B&B, en Bagnolo San Vito.
Llegué para el aperitivo.