Hay innumerables tours para dar la vuelta a la isla. Duran unas dos horas y se los recomiendo.
Su sucesor, Tiberio, transfirió a esta isla la capital del Imperio Romano, porque creía que sería asesinado. Gobernó desde allí hasta su muerte en el año 37 d C. Durante ese tiempo construyó varias villas, entre ellas: Villa Jovis, dedicada a Júpiter que es una de las villas antiguas mejor conservadas.
En tan pocos km se encontraron grandes intelectuales y personajes de distintas culturas. Políticos como Gorky y Lenin. También futuristas como Marinetti, Moravia, Morante. Diseñadores como Emilio Pucci (que creó su estilo aquí). Escritores como Jean P. Sartre, Simón de Bovaire, Neruda, Byron. Gente del jet set como Jacquie Kennedy Onassis, Sophia Loren, entre otros.
Una vez llegados al puerto de Marina Grande, hay que darse una vuelta por el lugar, tomar algo o almorzar en algunos de los restaurantes con vista al mar.
La iglesia de Santo Stefano se encuentra mezclada con los bares y negocios de firmas famosas.
No es la primera vez que vengo, en este viaje tome un taxi muy divertido, convertible. Me explicaron que son una serie especial para Capri y están tapizados de distintos colores.
El hotel donde había reservado, Piccola Marina, estaba en Vía Mulo: una callecita peatonal super angosta. Mandaron un cadete con un carrito a buscarme y a llevar la valija. El hotel muy lindo y el cuatro precioso, con balcón y vista al mar. No haría falta salir ya que la vista es soberbia.
Pero igual salí porque hay tanta belleza para ver que en realidad para hacer eso habría que quedarse a vivir acá, lo que es sumamente caro.
Fui hasta la Piazzetta, que estaba llenísima de gente. Desde allí salen las distintas vías, una de ellas Vía Camerelle, llena de negocios de marcas famosas, donde el jet set hace sus compras.
De entrada, pedí una ensalada con bufala, tomates, berenjenas, aceitunas, pan y radicchio. Después, spaghetti alle vongole (espectaculares de sabrosos y bien presentados). Tome café y me olvidaba que tome un rico y fresco vino rosado muy bueno.
Desde allí por Vía Tragara, un hermoso paseo entre el verde, hermosos hoteles y propiedades privadas se llega hasta el Belvedere di Tragara, la vista desde allá arriba es insuperable y nos deja sin aliento.
En el año 1920 Le Corbusier proyectó un edificio, Villa Vismara, que durante la guerra alojo al general Eisenhower y a Winston Churchill. En el año 1968 la sociedad Punta Tragara lo compro para convertirlo en un hotel de lujo.
Desde el Belvedere sale un sendero de varios km por el borde del acantilado. Se tiene una vista espectacular de los farallones, luego se ve la casa donde vivió Neruda, que parece colgada de la roca. Más adelante, sobre un risco saliente, se ve la casa de Curzio Malaparte. Es una construcción racionalista sorprendentemente moderna por haberse construida en el año 1937, de color rojo.
Y desde aquí me volví porque lo que faltaba para llegar al arco natural era una subida muy ríspida.
Capri es muy diferente cuando al atardecer se va la mayoría de los turistas.
Llega la hora de un aperitivo en alguno de los bares o restaurantes, algo de música y si hay luna tienen la postal completa.
Después de un desayuno buenísimo, decidí bajar hasta la playa de Marína Piccola por la Vía Mulo (muy angosta, casi un sendero) desde el hotel. Es una caminata en bajada de un poco más de media hora, muy linda y se aprecian los jardines de las casas.
El día estaba hermoso y había gente en la pileta. Bajé y en el bar tomé un Campari.
De regreso viví la experiencia tener que agarrarme con uñas y manos, pero igual lo disfruté.
Anteúltimo día en Capri, amaneció espléndido, ideal para dar la vuelta a la isla en lancha. Bajé hasta Marina Grande y tomé una, que tardaba más o menos una hora para rodear la isla. El mar es maravillosamente azul, la costa verde salpicada por las casas de colores y los acantilados con sus formas caprichosas junto a las innumerables grutas, hacen del viaje una delicia.
Al llegar a Punta Massullo, un lugar como pocos por su belleza salvaje, pude ver mejor la casa de Curzio Suckert (cuyo seudónimo Malaparte, fue el que usó para firmar sus libros). Toda la costa está llena de grutas (algunas muy profundas) y los famosos farallones, que son majestuosos. La lancha pasa por debajo del arco del Farallón del Medio. Y mirándolos colgada como de las nubes, está la blanca casa de Neruda.
Después pasamos frente a la playa de Marina Piccola y la vista desde el mar es otra cosa; tiene las casas en la ladera como queriendo zambullirse en el mar. Luego llegamos hasta Punta Carena donde está el faro, que después del de Génova, es el segundo en el mar Tirreno en importancia por su luminosidad. Nos dijeron que aquí se puede gozar de las mejores puestas de sol en el mar.
Pasando el faro se empieza a ver el blanco caserío de Anacapri, que parece se fuera a caer al mar.
Por fin llegamos a la gruta azul. El método para entrar a ellas es en pequeños botes de cuatro personas que se sientan en el piso. Cuando llegamos había más de cuatro lanchas en la cola para entrar, lo que significaba más de hora y media de espera. El Capitán de la lancha decidió volver al puerto y a los que queríamos visitar la gruta nos llevaron de vuelta, en una lancha más chica, así que por suerte ya no tuvimos que esperar.
Son solo dos minutos la vuelta que da el bote dentro de la gruta, es como un sueño. No había mucha luz, de manera que solo se podía ver algo el azul increíble del agua, pero fue algo especial. Hubiera preferido silencio, pero los marineros cantaban a todo pulmón.
Volvimos al puerto, tomé la funicular para subir e ir a almorzar. La elección no fue buena: el restaurante Isidoro, en Vía Roma 19. Pedí un pulpo y era tan duro que no se podía cortar y en el arroz con camarones, los camarones eran congelados. Costó igual que el Camerelle, pero no se puede comparar la calidad de la comida. No se los recomiendo.
Cuando volvía al hotel siempre me preguntaban donde había comido y cuando les dije, la respuesta fue, «il peggio posto di Capri» (es el peor lugar de Capri). En fin, siempre hay que consultar, pero yo no estaba en el hotel para hacerlo cuando lo necesité.
El día que volvía a Ravello el aliscafo salía a las 16hs., así que aproveché la mañana para pasear un poco por el centro y por las callecitas que rodean la Piazzetta, y sentarme un buen rato en el bar del hotel Quisisana. Es toda una paquetería, mozos de chaqueta y guantes blancos, vajilla preciosa, rico el café y las dos minis sfogliatellas que lo acompañaban.
Lindo broche para despedirme de Capri.
Para bajar a Marina Grande tome un taxi, convertible, este estaba tapizado en color fucsia. Así una se siente una estrella.
Los habitantes tanto de Capri como de Anacapri son alegres y comunicativos, lo que hace que la estadía en la isla sea muy placentera. Agreguen a eso el pescado y los mariscos deliciosos como toda su comida. Ah, me olvidaba del famoso limoncello (nacido aquí y disputada su paternidad con Amalfi y Sorrento) y las no menos famosas sandalias hechas a mano, que Jacquie Kennedy amaba.
En esta oportunidad me quedé cuatro días… pero Capri es para quedarse a vivir.