Torino se encuentra al pie de los Alpes. El río Po, el más largo de Italia, la atraviesa. Es una ciudad con tradición gastronómica y de bares donde cada uno con su estilo sirven los famosos vermut.
Queda a 141 Km de Milano y a 98 Km de Cuneo y a 56 Km de Asti.
Cuando llegué llovía, así que guardé el auto y salí a reconocer la zona. El B&B Zaratustra, estaba muy bien ubicado y tenía estacionamiento.
La dueña de casa, Kamen, me había recomendado almorzar allí cerca en un restaurante «Trattoria alla Locandina», Via Montebello 24. Si vienen a Torino se los recomiendo. Comí un plato de tagliolini con alcauciles, deliciosos, una copa de vino tinto Dolcetto D’ Alba y café. En el restaurante en una pizarra anunciaban que tenían bife uruguayo. Como ven «todo buen tour empieza comiendo».
En la esquina del restaurante está la Mole Antonelliana, un edificio asombroso por su arquitectura ecléctica y su enorme aguja, que se completó en el año 1889 por el arquitecto Alessandro Antonelli. Es el emblema de Torino. En sus comienzos fue una sinagoga, ahora alberga un museo del cine y su interior es fantástico. Tomé el ascensor hasta la torre, el espectáculo es mirar hacia arriba mientras va subiendo. Estaba lloviendo y no era el mejor día para eso, pero valía la pena ver la ciudad y todos sus techos rojos. En el hall de planta baja inauguraron un local de Eataly. ¡Ya había almorzado, menos mal! porque todo dan ganas de comerlo.
Desde allí fui a la Piazza San Carlo, a la que llaman «IL Salotto» (el «living» de Torino) donde se encuentra uno de los más antiguos y aristocráticos cafés, «San Carlo» nacido en el año 1822. Su interior es bellísimo: arañas de cristal, espejos, terciopelo rojo, mucho dorado y el perfume de la pastelería. También famosa es la «Confetteria Stratta».
En uno de los lados de la plaza hay dos iglesias a las que llaman «gemelas», pero sus fachadas son de diferentes estilos. La plaza se construyó a mediados del siglo XVII, en el centro tiene una enorme estatua de bronce del duque de Savoia.
A pocos metros está la Vía Po, una calle con arcadas y muchos, muchos cafés, restaurantes y negocios. Por ella fui hasta la plaza Vittorio Véneto, es la más grande de Torino. Enorme, rodeada de edificios neoclásicos, art Deco y art Nouveau, bares y restaurantes. En días soleados se llena de mesas y sombrillas.
Volviendo llegue hasta Piazza Castello que ya empezaba a estar iluminada. No me acordaba mucho, es muy hermosa y enorme. En uno de sus lados está el Palazzo Madama, hecho construir por dos princesas, primero por Cristina de Francia en el año 1637 y luego María Juana Bautista de Savoia, que vivió en él y le pidió al arquitecto Felipe Juvara que diseñara un nuevo palacio. Este es barroco, en piedra blanca. Es famosa la imponente escalinata. Obtuvo el apodo de Madama por las dos princesas. En la parte posterior del palacio se encuentra el castillo medieval. En este momento alberga el Museo de Arte Antiguo.
Por la hora se imponía la «apericena». No tuve que caminar mucho: sobre Vía Madama Cristina 34 encontré el «Café Bar Universitá», estilo Art Decó, con mesitas de mármol y asientos capitoné rojos. Por 10.-€, había platos calientes, fiambres, quesos, ensaladas, verduras grilladas, y postres. Tomé un Campari con naranja. Todo de buena calidad.
Caminé las 7 cuadras para llegar al hotel, y allí me esperaba la dueña de casa, con café, unas masitas y chocolatines. Tuve que resistirme a lo dulce. Dormí como un tronco (si es que duermen) y quedé como nueva.
La mañana amaneció lluviosa, pero igual salí a pasear por esta hermosa y sorprendente ciudad. Por Vía Po llegué hasta la Piazza del Castello y entré al minúsculo y precioso café «Mulafsano» de Estilo Art Nouveau (5 mesitas), en Piazza Castello 15, todo revestido de madera, con mostrador y mesitas de mármol, y asientos de terciopelo capitone. Son deliciosos los «tramezzini» (sandwichitos de miga), en este y en todos los bares de la ciudad.
Saliendo a solo unos metros se encuentra uno de los cafés y chocolatería más famosos de Torino: «Baratti y Milano», en Piazza Castello 29. Fue fundado en el año 1800 y conserva la decoración y el estilo gastronómico. Se ubica dentro de una bella Galería cubierta, toda vidriada. Es uno de los cafés históricos de Italia.
Saliendo por la parte posterior de la misma se llega a la plaza Carlo Alberto, donde está el bellísimo Palazzo Carignano sede del museo del Risorgimento Italiano, enfrente a la Biblioteca. El Palazzo Carignano, de ladrillos rojos, tiene un gran patio interior con salida a otra plaza donde se encuentra el museo Egipcio.
La hora de almorzar es tan sagrada como la del aperitivo. Como soy curiosa entré en un lugar que afuera decía «Antica Farmacia del Cambio», se encuentra en los locales de la histórica farmacia «Bestente» del año 1833, en Piazza Carignano 2. Me llamó la atención que había gente comiendo. Era el antiguo lugar de despacho, que conserva todos los anaqueles de madera y vidrio de la antigua farmacia. El espacio no es muy grande, había una mesa en el centro como para 10 personas sentadas en taburetes todo alrededor y en el fondo otro estante con anaqueles y una puerta a cada lado. Mi curiosidad me llevó a pasar por la puerta y encontrarme con una pequeña barra (para 3 personas) apoyada contra una pared de vidrio que daba a una enorme y moderna cocina, con no menos de 10 cocineros, todo con sus gorros. Del otro lado del vidrio justo a la altura de la barra había una mesada de trabajo y mientras yo almorzaba había tres chefs limpiando verduras. Fue una sorpresa ver cómo trabajaban y armaban los platos para el restaurante que estaba al lado que se llama «Del Cambio» (restaurante $$$$). No se escuchaba un ruido de cucharas.
Mientras esperaba me trajeron unos pistachos recubiertos de wasabi, una especie de maíz tostado, y varias láminas de pan de arroz con distintos colores y sabores. Luego lasagna a la bolognesa y café. El lugar es muy particular. La comida deliciosa, en un ambiente único.
Me puse en movimiento para hacer la digestión y fui a la Piazza del Castello, donde se encuentran el Palazzo Madama, Palacio Real y la iglesia Real de San Lorenzo. Los reyes de Savoia le asignaron al arquitecto Guarino Guarini, sacerdote teatino, la construcción de la iglesia en el año 1666. Fue inaugurada en el año 1680. La iglesia es una de las obras del barroco más sugestivas e importantes. En el año 1578 en esta iglesia estuvo temporariamente la Santa Sindone (es la sábana donde estuvo envuelto el cuerpo de Jesús).
La iglesia de San Doménico de ladrillos rojos y su muy particular estilo gótico lombardo, que me encanta, es de verdad hermosa. Es el único ejemplo en Torino. Su construcción es del siglo XIII. A dos pasos de la iglesia, debajo de las arcadas había una chocolatería lindísima, así que pedí un «bicerin» que es un chocolate y crema y no sé qué más, ¡como para levantar muertos! además, una sfogliatella.
Cerca hay un Palacio Barolo, que es un museo, quería ver de qué se trataba, es lindo pero, no tiene nada que ver con el de Buenos Aires.
Decidí volver porque estaba lejos y seguía lloviendo. De camino está el mercado que es el más grande de Europa, se puede encontrar de todo. Al aire libre, donde los gritos, las risas y el ritmo de la ciudad le dan un colorido especial. Pasé por la Porta Praetoria y llegué a las arcadas de Vía Po donde se escuchaba cantar.
Me acerqué a ver y me quedé más de media hora porque un grupito cantaba canciones muy alegres clásicas y que yo conocía, así que me puse a cantar con todos. Gente de todas las edades. Algunas parejas que pasaban se pusieron a bailar. Se armó un buen jolgorio y la alegría reinaba. Ya era hora de regresar. Saludé y me fui.
Al día siguiente amaneció mejor. No podía dejar de ir a tomar mi «marrochino» al bar «Baratti e Milano», así que fui a desayunar a ese lugar precioso con un aroma delicioso entre café, chocolate y pastelería, gente elegante, mozos atentos y galantes.
Di una vuelta por la Vía Roma, más elegante que la Vía Po, con todas las marcas famosas y las no tanto. Los negocios compiten en la originalidad de la decoración, es un placer para los sentidos. Los italianos aman lo bello, creo lo llevan en la sangre y lo aplican a todo. En las arcadas esa mañana había un grupo de jóvenes que tocaban música celta.
En la Catedral de San Juan Bautista, construida cerca del palacio real se guarda la Santa Sindone. Ahora no está expuesta y custodiada en un cofre. Esta iglesia fue construida en el año 1491.
Ya les dije que además del espíritu hay que alimentar al cuerpo, y esta ciudad es algo estupendo para ello. Quería comer algún fiambre y quesos, buscando en los alrededores encontré la «Antica Salumeria», en Vía Giuseppe Garibaldi 12. La especialidad: tablas de fiambres; yo elegí una de burrata y jamón de Parma, una cantidad exagerada, que sin que se lo pidiera me hicieron un sándwich envuelto para llevar. Vale la pena esperar por el lugar porque es pequeñísimo.
Los jardines reales estaban llenos de gente, era domingo, hermoso para pasear. En ellos está la Cafetería Real, no podía dejar de ir, de verdad es preciosa. Está ubicada en las salas donde se guardaba la porcelana y cristalería del palacio. Tome un café que lo sirvieron en una hermosa vajilla, con unos bizcochos y un chocolate.
Quería tomar un aperitivo de despedida y había visto en la Galería San Federico, un despacho de fiambres y otras delicatessen y a la vez restaurante. Esta muy de moda esta combinación. Tomé una copa cabernet y un plato de pastas.
Si nunca estuvieron en Torino les aconsejo lo hagan. Es una bella ciudad, con respeto por su pasado cultural y una larga historia. La conservación de la arquitectura y la búsqueda insaciable de la belleza que les viene de antaño hacen que perderse en ella sea una aventura que nos deparará muchas delicias inolvidables tanto para el espíritu como al paladar.
Citando a Umberto Ecco nacido en esta región decía:
«Senza l’Italia, Torino sarebbe più o meno la stessa. Ma senza Torino, l’Italia sarebbe molto diversa» (Sin Italia Torino sería más o menos la misma. Pero sin Torino Italia sería bastante distinta).
Si lo dijo el grande Ecco habrá que creerlo.